ESTRELLA


Autor: LIBERTAS

Fecha publicación: 17/03/2023

Certamen: II Certamen

Resumen

" Nunca es demasiado tarde para aprender a volar"

A pesar de los roles que la sociedad ha establecido y que determinan su futuro y de la educación recibida por su familia. Nuestra protagonista siente que se le escapa la vida y cada día se identifica más con una marioneta sin voluntad, presa de unos hilos que alguien que no es ella maneja.

Una mañana haciendo de tripas corazón decide dar un giro descomunal a su vida y luchar por conquistar su libertad.

Relato

Estrella

A sus sesenta y cinco años no había sido capaz de concederse el menor capricho. A veces se imaginaba a ella misma como a una marioneta de madera suplicando tener vida, cuyos hilos eran zarandeados por un ser superior, un humano o tal vez un semidiós, que determinaba: qué, dónde y cómo debía vivir. Y riéndose para sus adentros se auto apodaba “Pinocha”. Ella sabía que su existencia había sido gris y lánguida, pero como tantas otras cosas, aceptaba resignada el sino que el Universo le había adjudicado, admitiendo estoica que la suerte nunca había estado de su lado.

Para regalarse un antojo o imaginar un sueño hacía falta tener tiempo, ilusión y sobre todo mucha autoestima, y estos conceptos de ningún modo habían tenido un hueco en su vida. Como mucho, algunas madrugadas, a escondidas, mientras todos dormían, sacaba un rato para depilarse el entrecejo, cortarse las uñas, bañarse con jabón de leche y resina, colocar su escasa y deteriorada ropa interior o asomarse a la ventana para conversar en silencio con la luna, tal vez su única amiga a excepción de Tinieblas, la perra mestiza que siempre le seguía a todas partes como si de su propia sombra se tratara. Tinieblas era el mejor regalo que los Dioses le habían ofrecido, ella le daba el cariño y ternura que sus padres nunca le brindaron. Era un ángel de 4 patas y con solo mirarse, ambas se sentían acompañadas. Las almas se reconocen por su vibración, no por su apariencia.

Vino al mundo en el mes de abril, en mitad de un pequeño collado rodeado de montes y bosques, en una noche estrellada y sus padres para no perder un minuto más de su tiempo en buscarle un nombre, decidieron ponerle lo primero que se les vino a la mente: “Estrella”. Afortunada fue de que en el momento de su parto no se desencadenase una tormenta con truenos y rayos. Inocente, aun no sabía que la tempestad estaba por venir.

Estrella nació y vivió durante su tierna infancia, niñez y parte de su adolescencia en un perdido caserío de alta montaña con difícil accesibilidad. Con inviernos llenos de nieve y escarcha y veranos invadidos de sol, grillos y lobos, estos últimos y sus agudos aullidos le aterraban convocándole horribles pesadillas en medio de ese entorno taciturno y silencioso.

Siendo niña estaba convencida de que había nacido con algún defecto o tara, se sentía diferente a todos los que la rodeaban. Cuando en los lagos veía reflejada su figura se notaba bajita, diminuta e insignificante. Fue al cumplir los 5 años cuando descubrió la presencia de otros niños. Hasta entonces, los adultos y los animales fueron sus únicos referentes.

Solo descendía ocasionalmente al pueblo en las exhibiciones o ferias de ganado, en la romería, o en Navidad y no precisamente para bailar, comer o festejar las fiestas sino para bajar y subir cargada con montones de enseres, al igual que las mulas. Nunca fue a la escuela ya que su familia lo consideraba una pérdida de dinero y un lujo destinado exclusivamente a las clases hacendadas, no obstante, aprendió a leer y escribir gracias a la paciencia de su abuelo que en las tardes tediosas e invernales junto al brasero de las faldas camillas y con la ayuda de un quinqué de aceite, la sentaba en sus rodillas y dándole algunos lápices de colores y unas cuartillas le dedicaba parte de su tiempo. Era la parte del día que más le gustaba, el único rato en que tenía contacto táctil y calor humano, aunque más de una vez se durmió entre sus brazos, estaba agotada después de cuidar al ganado, ordeñar las vacas, traer leña y enjuagar la loza.

A la edad de 16 años sin previo aviso la casaron con el hijo del dueño de la botica, según sus padres uno de los mejores partidos. Una semana antes de la boda encontró un agraciado vestido sobre su cama, unos zapatos de piel de cabra rosa y una diadema blanca con lazos y mariposas, ilusionada le preguntó a su madre qué era todo aquello y esta le respondió que su vestido de novia y sin más explicaciones, siguió preparando el puchero de judías y cabrito.

Poco después, sin rechistar, se trasladó junto a sus progenitores y su desconocido esposo a vivir a la capital. Blas, que era el nombre de su marido, era un joven ambicioso, diez años mayor que ella, con una buena fachada, pero un malvado corazón. Se había trasladado de un barranco para penetrar en otro abismo, y para más inri en este último infierno el número de alimañas había aumentado.

Blas con frecuencia usaba su cuerpo como si este fuese un inodoro, donde descargar los fluidos de sus instintos sexuales más básicos sin ningún tipo de preliminares ni caricias, estas las reservaba para sus múltiples amantes.

Estrella había llegado al ocaso de su vida sin saber lo que era un halago y mucho menos un orgasmo, aunque tuvo la oportunidad de aprender un día tras otro, con todo lujo de detalles, el significado de las palabras: repulsión, nausea y ultraje.

Fruto de estas violaciones reglamentadas, consideradas lícitas en una sociedad hipócrita y beata, fue el nacimiento de sus dos mellizos: Mateo y Teodoro que lejos de aportar luz y alegría a su vida, siguiendo los pasos de su padre y las enseñanzas de sus abuelos, se convirtieron en dos pequeñas sanguijuelas, que encontraban en su madre a la criada perfecta y sumisa. Fácil de avasallar. Sin voz ni voto.

Lamentablemente, siendo un minúsculo embrión fue engendrada con la única intención de cuidar de sus padres. En su juventud aleccionada para obedecer a su marido. En su madurez instruida para servir a sus hijos, y en la actualidad, llegando ya a la senectud, estaba siendo diariamente soliviantada para criar a sus nietos, que siguiendo la tradición familiar no dejaban de comportarse como tres minúsculas garrapatas, chupópteras y exigentes.

Su organismo estaba exhausto de atender a los demás y su corazón extenuado y ajado a base de dar amor a cambio de desprecio. Nadie le había enseñado el significado de la palabra “Dignidad” o “Amor Propio” y, por supuesto, desconocía la existencia del término “Felicidad”. Con los años descubrió que el secreto del camino de la felicidad, era ser feliz durante el camino y como decía Albert Camus: “La felicidad es la mayor de las conquistas, la que hacemos contra la que el hado nos impone”.

Aquella temprana mañana al mirarse en el espejo redondo de plata que su suegra le regaló el día de su casamiento, el único obsequio que recibió y el único objeto de valor que tenía entre sus propiedades a parte de la alianza de oro de casada que con el paso de los años la oprimía el dedo, vio espantada el rostro de una anciana contraída, llena de manchas, pliegues y arrugas, con los ojos opacos, el pelo cano, y el alma marchita. Se vislumbró a ella misma como una oruga invertebrada sin pies ni apéndices, con un cuerpo aplanado siempre arrastrándose y muy próxima al suelo y quizás a la muerte. Se le puso el vello de punta y se le revolvieron las entrañas. No se reconocía, ¿dónde había quedado aquella linda muchacha de tez suave y pelo azabache a la que todos los mozos del pueblo hubiesen querido sacar a bailar, si su padre en alguna ocasión les hubiesen dejado, y a la que con los ojos cerrados cualquiera de ellos habría llevado encantado y enamorado al altar? Sin duda tiranizada y vejada, sepultada bajo montones de pañales, biberones, indumentarias que lavar y planchar, fogones que limpiar y raudales de obligaciones interminables e imposibles de acabar.

Un sabio una vez dijo: “No abuses de la paciencia y el aguante de las personas buenas porque pueden perdonar mil veces, pero cuando deciden irse, no vuelven jamás”

En un ataque de ansiedad e ira generalizada, rompió en pedazos el espejo de mano, tiró por el desagüe el anillo de casada y loca de furia desempolvó sus clandestinos ahorros, esos billetes que durante casi 50 años había ido escondiendo dentro de un par de botas viejas que nadie echaba de menos. Dio un portazo sin ni siquiera coger las llaves y salió a la calle. Vago por las avenidas sin rumbo ni dirección, observando la infinidad del cielo y sintió paz.

Después descanso en el banco de un parque inexplorado, rodeada de bonitos arriates en flor: rosales, petunias y tulipanes, y se concentró en los pensamientos. Perdida sin saber dónde se hallaba, dejó de oír órdenes para escuchar el canto de los mirlos. Cuando el destino es incierto, cualquier sendero es válido. En ocasiones hay que perderse para poder encontrarse.

Al mediodía entró eufórica en un gran centro comercial. Se tiñó y cortó el pelo, y se maquilló. Se compró un fascinante vestido de terciopelo rojo y unos brillantes zapatos de charol. Escogió unos elegantes pendientes de oro a juego con una gargantilla. Seleccionó un garboso bolso de piel y un abrigo de astracán, y finalmente abonó el escandaloso importe de un exuberante frasco de perfume que llamaba la atención en el mostrador. Luego degustó una afrutada copa de vino y una apetitosa ración de queso, y antes de marcharse, en el aseo del establecimiento, permutó sus ropas, tirando las viejas a un contenedor.

Como broche final de su metamorfosis se tatuó una hermosa Mariposa Monarca en el antebrazo para que hasta el día de su muerte jamás se le olvidase la transcendental decisión que acaba de tomar, y que sin lugar a dudas daría un giro de 180º a su vida, virando positivamente su hado y su realidad.

Tomó un taxi y se bajó en la terminal 4 del aeropuerto.

Por primera vez en su vida caminaba firme y segura, se sentía bella y orgullosa de sí misma. Le fascinaba el sonido de sus tacones sobre el suelo de mármol encerado y le embriagaba el dulce aroma de la delicada fragancia que emanaba de su pecho emocionado. ¡Esa sí era ella!

Todo lo que dejaba atrás, desgraciadamente, seria parte de su historia, pero no de su porvenir. Por fin comprendió que el destino no era algo que uno se sienta a espera sino algo que se debe conquistar con coraje y valentía. De ningún modo volvería a delegar en manos de nadie las riendas de su felicidad.

Y según subía entusiasmada la escalera aérea que la introduciría en el avión, Estrella pensó: ¡Nunca es demasiado tarde para aprender a volar!

Libertas (la diosa romana de la libertad)