Resumen
El relato muestra la frustración de un profesor ante la incapacidad de llevar sus teorías pedagógicas al aula.
Relato
EL PROFESOR DE FILOSOFÍA
Había algo de impostura en la impresión que el profesor dejaba al entrar en la sala. Debajo de aquel aspecto con que satisfacía los tópicos más manidos que se le atribuyen al que enseña Filosofía - desaliño en el vestir, aire despistado, mirada meliflua, gafas con montura de carey-, se escondía en realidad un tipo ordenado, previsor y rutinario.
Aunque el tiempo había minado una gran parte de sus creencias en el poder terapéutico de la filosofía, aún conservaba un fondo redentor que le llevaba a comenzar cada mañana con moderadas dosis de optimismo. Aquel día, además, iba a explicar la moral kantiana, uno de sus temas preferidos.
Tenía organizado perfectamente su discurso. Sabía cuándo tenía que ilustrar la teoría con ejemplos, y lo haría como si se le hubieran acabado de ocurrir, fingiendo un ingenio del que carecía. Eran ejemplos actuales, periodísticos, dirigidos a adolescentes, siguiendo las indicaciones de un pedagogo que había impartido un curso recientemente – taller, le llaman ahora- sobre enseñanza y motivación.
Comenzó explicando la crítica kantiana a las éticas materiales entre una algarabía más propia de un mercado que de un aula. Esperó pacientemente a que llegase el primer ejemplo para provocar la atención y la curiosidad en la alegre muchachada, pero el resultado que produjo sobre la audiencia fue un rotundo fracaso y el ruido de fondo no se redujo ni un ápice.
Siguió hablando y observó que, allá en la cuarta fila, un alumno le miraba atentamente a la vez que asentía con la cabeza haciendo movimientos continuos hacia arriba y hacia abajo. Dio al resto de la clase por perdida y avanzó hacia él explicando, por fin, a alguien que mostraba interés.
Al llegar a su altura vio cómo dos finos cables pendían de sus orejas y se camuflaban en el interior de una sudadera. Tiró de ellos en un movimiento brusco y una música atronadora inundó la clase. Los alumnos repartieron su reacción entre los que estallaron, sin pudor, en sonoras risotadas, y los que como el chico de los cables, cabeceaban siguiendo el monótono compás de dos por cuatro que salía del mp3 camuflado.
El profesor de Filosofía se giró y se dirigió a su mesa fingiendo hacer algo en la libreta de notas. Sacó disimuladamente del bolsillo interior de su chaqueta picassiana una petaca de güisqui, y echó un trago. Después abrió la ventana, subió el tono de voz, y siguió explicando dirigiéndose a la calle. Por si a algún viandante le interesaba.
Clara