EL MÓVIL DEL ASESINO


Autor: ANALBINO

Fecha publicación: 18/01/2023

Certamen: II Certamen

Resumen

En la madrugada un hombre observa una y otra vez las series de crímenes que emiten las diferentes cadenas, intentando siempre descubrir al asesino entre los diferentes personajes. Buscando pistas. Repite sus noches y las pasa buscando sus culpas y sus motivaciones... intentando quizá encontrar la verdad sobre si mismo.

Relato

La madrugada me recibe de nuevo en este insomnio perpetuo. No puedo dormir, es como si ya nunca pudiera hacerlo. Desisto de meterme en la cama, donde sé que voy a dar vueltas y vueltas sin objetivo alguno. Le doy un beso a mi mujer en la frente. Acudo a la habitación de las niñas. Me debería tranquilizar su inmovilidad, pero al mirarlas siento una vaga inquietud sobre la que no deseo profundizar. Me conmueve el abrazo desmañado en el que la pequeña envuelve a su oso de peluche. Intento arropar a la mayor pero es como si las mantas pesaran una tonelada o se hubieran enredado en las raíces de sus piernas.
Bajo las escaleras hasta el salón y, como cada noche, enciendo el televisor. Veo series de crímenes. Las típicas series de quién-lo-hizo. Después de los cincuenta minutos es lo único que importa. Saber quién lo ha hecho. Y saber que quien ha empuñado el arma o ha asestado el golpe mortal es descubierto y detenido por las fuerzas del orden. El enigma se soluciona. Solo así el mundo vuelve a tener sentido. Series de crímenes ligeras que ofrecen una serie de enigmas y acertijos ligeramente manchados de sangre. La idea es crear la tensión en el espectador, presentarle una serie de sospechosos posibles. Cada uno con motivaciones propias o móviles para matar, cada uno con secretos que ocultar, y con posibilidades de cometer el crimen, la oportunidad y, al parecer, capacidad para acabar con la vida de otro ser humano y no desmoronarse al fingir inocencia en un interrogatorio. Las series son las descendientes bastardas de los libros, de las viejas historias de Conan Doyle, de Poe, de Agatha Christie o de Raymond Chandler.
Yo leía bastante en otra época, eso lo sé, ahora no logro concentrarme. Apenas logro sacar un libro de la estantería. Y luego las páginas se me pierden, hago un esfuerzo enorme por volver las hojas y tardo demasiado en darme cuenta de que ese empeño me ha desgastado, que no he entendido nada y no puedo siquiera cerrar el libro. Pero en la televisión, en los capítulos de cincuenta minutos, pongo mis cinco etéreos sentidos, consigo estar a la vez dentro y fuera de la historia y ser un testigo infalible de cada episodio.
Uno de los entretenimientos más sanos de nuestra sociedad es ver en la televisión cómo matan a otros. Y descubrir tal vez quién lo ha hecho. Un juego familiar en el que toda la familia puede ser testigo e incluso participar activamente en su resolución. El crimen ha sido la principal base de un género popular con un público fiel que expone artísticamente un acto criminal, lo estiliza y lo despoja de su gravedad preparado y envasado para el consumo masivo.
Y yo, aunque no creo que ahora forme parte de los índices de audiencia, soy uno más de los televidentes agradecidos. Mi porcentaje de aciertos es bastante considerable, son muy pocas las veces en las que los guionistas pueden sorprenderme, de alguna forma me conozco los trucos y las convenciones del género. Se supone que el fair play o juego limpio es imprescindible en este tipo de series, el espectador debe contar con todas las pistas para resolver el misterio en paralelo a la investigación de la que es testigo en la pantalla. El criminal debe ser inculpado por deducciones lógicas y no por la casualidad . En algunos capítulos siguen la pauta de presentar una o varias pistas falsas, antes de individualizar como culpable a uno de los personajes considerado generalmente como el menos sospechoso. A veces es tan sencillo como que el culpable es el personaje que apenas ha aparecido en pantalla en los últimos veinte minutos. Siempre hay una causa. Siempre hay un motivo. Es lo único que me tranquiliza en estas noches que se repiten con los mismos parámetros exactos.
Tengo mis estrategias y mis técnicas para adivinar el culpable. Aunque confieso que algunas de ellas son completamente ajenas tanto a la intuición como a la propia trama interna del capítulo. Algunas juegan con lo políticamente correcto, así, si en un capítulo el asesino es afroamericano o pertenece a alguna minoría, en el siguiente no será un negro, ni un chino, ni un hispano el que acabe esposado justo antes de los títulos de crédito. A veces también funciona con las mujeres, pero no siempre. Hay una tranquilizadora sencillez en la estructura narrativa del whodunit. Se encuentra un cadáver, y evidentemente hay un asesino, uno o varios investigadores proceden a seguir el despliegue de pistas y realizar los interrogatorios pertinentes para llevar a la resolución que, la mayoría de las veces, surge de un chispazo de inspiración que pone en su lugar todas las piezas del puzzle. Y con la resolución no se hunde el mundo, no importa que haya sido el hermano, la novia, el mejor amigo, el vecino ambicioso, el repartidor de la panadería o la persona en la que más confiabas en la vida... no importa nada de eso, cuando se detiene al culpable todo se cierra. El espectador visión optimista sobre las posibilidades de regeneración de la sociedad. Los malos son castigados. Es como todo debe funcionar. Al final el culpable confiesa. Todo se explica y no quedan cabos sueltos.
La transgresión de las normas sociales que supone el crimen es solo momentánea pues la acción del detective o de los investigadores, desde Sherlock Holmes a Rick Castle, permite el retorno a la estabilidad y la continuidad del statu quo que todos asumimos como necesario. Así que, una vez reparado el daño con el castigo legítimo que promete la ley, todo vuelve a la normalidad. Al despojar de su máscara de inocencia al culpable, todos ocupen su auténtico lugar. Todo es de nuevo sencillo. Todos contentos. Menos yo.
Por mucho que eso se lo que sigo buscando al ver todas las series en las que hay que preguntarse quién lo ha hecho... Porque no entiendo el motivo. Porque no conozco mi móvil. Yo ya sé quién es el asesino de mi historia, desde el principio, sé que fui yo. Las maté asfixiándolas mientras dormían y más tarde me abrí las venas. Pero no sé por qué, no encuentro una causa y no soy capaz de recordarme. Y sigo aquí atrapado, con apenas fuerzas para materializarme y accionar el mando a distancia que enciende el televisor y cambio de canal para poder ver una nueva serie en la que tendré bastantes posibilidades de acertar quién es el criminal. Y hasta de conocer sus motivos.