Cita previa


Autor: Roa relatos

Fecha publicación: 07/03/2023

Certamen: II Certamen

Resumen

Gregorio es un jubilado que disfruta de su vejez con su mujer María
Antonia. Mientras se recupera de una fisura en la cadera decide que quiere retirar
el dinero que tiene invertido en la banca para realizar unas mejoras en casa y
hacer un viaje pero la situación se complica.

Relato

Cita previa
—Ya estoy preparado, enciende el sistema para meter el aire —indicó Gregorio.
—Pero, ¿no tienes calor?, preguntó María Antonia.
—Estoy perfectamente, hice la mili en los buceadores de combate.
A pesar de la edad se conservaba muy bien pero hacía un par de meses que Gregorio se había caído y todavía no estaba recuperado de la pequeña fisura en la cadera. Antes de caer lesionado, dio el «sí quiero» al banco. Su mujer le advirtió de que no se fiara de esas ofertas pero pensó que a él no le podían engañar. En vista de su posición económica, relativamente holgada como pensionista sin deudas, fue tentado convenientemente por su gestor privado, Pedro Pena. Ya no conocía a nadie de la oficina pues habían pasado veintidós años desde su jubilación pero confiaba en la que había sido su casa y decidió dar el paso de invertir. Ahora necesitaba esos doce mil euros pero no podía retirarlos; en la oficina se hacían los suecos. Debido a la fallida inversión, de la que se sentía culpable por no haber hecho caso a María Antonia y, sobre todo, a la reciente muerte del hermano de Gregorio, le costaba conciliar el sueño.
Sus hijos Cari y Alejandro vivían fuera. Cari, tras acabar el máster de biotecnología se había quedado en Estados Unidos; le habían ofrecido unas condiciones de trabajo que no podría tener en España. El primogénito vivía en Barcelona desde hacía seis años con su mujer y sus tres hijos, bien colocado como representante de una prestigiosa farmacéutica. Llevaban casi un año sin poder disfrutar de los nietos, concretamente, desde las vacaciones de Carnaval no habían vuelto a verlos. Un disfraz hinchable de Tyrannosaurus rex de Adrián, el mayor de los nietos, colocado sobre la cama de la habitación de invitados, atestiguaba la dilatada ausencia. No podían contar con nadie para solucionar el problema.
Había llamado a la oficina en multitud de ocasiones pero nadie le atendía y cuando conseguía hablar con algún empleado, al saber su propósito, le daban largas escudándose en que esa gestión debía hacerse in situ. No quería involucrar a su mujer en el asunto, por lo que buscaba solucionarlo desde casa al estar inmovilizado El jueves se decidió a intentarlo otra vez, esta vez tenía que ser la definitiva: «a mí que conozco cómo funciona la banca, me van a torear»:
—Buenos días. Llamaba para cancelar un fondo de inversión que contraté, asegurándome que podría rescatarlo en cuanto lo necesitara y ahora lo necesito.
—Un momento por favor, me dice usted su nombre y apellidos.
—Gregorio Solano Díaz.
—Vale Don Gregorio, su gestor está ocupado ahora mismo, voy a hablar con el director de su problemática.
—De acuerdo.
Tras unos segundos, tiempo que a Gregorio se le antojó corto para poder valorar con rigurosidad su petición, como se acostumbraba a hacer en la banca de antaño, el empleado le explicó:
—Bien, caballero, tiene que venir en persona a la oficina, para eso debe solicitar cita previa. Sólo es posible atender a su petición de esta forma. La cita previa tiene que solicitarla en la web del banco: www.bancasegura.com. También puede ordenar la revisión del fondo en su banca on line y luego venir a la oficina, solicitando también en este caso, cita previa —dijo la empleada con ganas de finiquitar la llamada.
—Para contratar el producto no fueron necesario personarme en la oficina y ahora para finalizar me ponen más y más trabas —dijo—. Tiene usted que entender que las personas mayores tenemos problemas de movilidad, en mi caso sufrí un accidente que me tiene impedido y además no nos sentimos seguras con las nuevas tecnologías, no me manejo bien con Internet y temo equivocarme —se excusó con cierta vergüenza Gregorio.
—Hacemos una cosa, le comunico la incidencia a su gestor para que lo llame.
—Hagamos otra cosa, que me llame el director de la oficina o domicilio mi pensión en otro banco, buenos días —contestó con rotundidad Gregorio, cuando su paciencia se agotó.
Recordó cómo allá por los años ochenta, cuando empezaron a llegar los primeros ordenadores personales al banco; él había sido de los que no se arredró con el desafío tecnológico. Siempre le gustó aprender. Fue de los pocos en la oficina principal, por aquel entonces súper poblada por veinticuatro empleados, en comenzar a usar los ordenadores personales de IBM, esa tecnología que empezaba a introducirse en nuestras vidas, primero en los negocios.
Pero ahora era diferente. Aunque se manejaba dignamente con el smartphone y con el ordenador de sobremesa, la banca on line se le escapaba; sucesivas actualizaciones lo habían dejado fuera de juego. El equipo de casa estaba plenamente dedicado a las artes: la música y la escritura. Si acaso, la única licencia no artística, era la lectura de la prensa digital. Ella escuchaba zarzuela y Gregorio escribía sus monografías: la guerra de Vietnam, el caso Dreyfus. También, aunque no había estudiado una carrera musical, era autodidacta y había acumulado profundos conocimientos sobre la música clásica. Su último viaje a Viena con su mujer, había sido una delicia. En las tardes de verano, con el aire acondicionado enfriando, se sentaban en el sofá a disfrutar juntos de una Zarzuela o una Ópera en directo. María Antonia llevaba la dirección de la casa pero no había dudado en adquirir las aficiones artísticas de su marido, reservando para ella un coto privado en el swing, con cuyos sones movía las caderas como una adolescente.
Pasaron los días y nadie llamó. No necesitaban el dinero para sobrevivir pero si para tapar algunos agujeros, organizar un pequeño viaje y algún regalo para los nietos. Sentía cierta nostalgia al pensar que esa había sido la oficina donde reinaba el compañerismo y tantas horas pasó disfrutando de la atención al público: «Un banco para las personas», rezaba el slogan serigrafiado en los bolígrafos que todavía andaban desperdigados por la casa. «La banca siempre gana, pero antes, al menos, siempre había alguien delante del cliente para desahogarse y teníamos claro que detrás de los números habían personas con ilusiones y problemas», concluyó Gregorio.
Por fin, a los nueve días, una llamada del director le sorprendió paseando con un amigo. El director, recién divorciado, de unos cuarenta años, bastante tenía con cumplir con los objetivos como para que un pensionista sin deudas quisiera retirar el fondo contratado por un arrebato. Debía evitarlo a toda costa:
—Buenos días, Don Gregorio —con interesada cortesía, inició la conversación el director de la oficina.
—Buenos días —respondió con tono seco Gregorio.
—He estado revisando su fondo de inversión y es un producto extraordinario, el mejor que tenemos en la actualidad, es un instrumento con un bajo riesgo asociado y una rentabilidad que, aunque reducida en comparación a otro tipo de inversiones, es conocida de antemano. Acertó usted plenamente.
—Sí, pero quiero rescatar mi dinero, sabe que tengo derecho a hacerlo. En la cláusula número ocho, se indica que puedo recuperar el capital aportado una vez transcurridos doce meses —expresó con firmeza y algo de irritación.
—Bien Gregorio, yo te recomiendo que te lo pienses porque es mal momento para eso, vas a dejar de ganar mucho. En cualquier caso, el trámite sólo se puede hacer en la oficina, con cita previa solicitada mediante la web. Debo dejarle me esperan para una reunión. Que tenga buen día.
Sin opción a réplica colgó el teléfono. Gregorio volvió a sentirse indefenso. Se le pasaron por la cabeza varias opciones, las que se le antojaron más efectivas: una carta a la dirección de la entidad o a la prensa. Seguía intentando que el asunto no afectara a su mujer por lo que se pasó varias noches en vela escudriñando qué hacer. Pasaron los días y llegó la recuperación de la cadera, hasta que una mañana, se sintió diferente. Tras una noche de sueño agitado, se encontró en la cama convertido en otra cosa. Había encontrado la solución. Necesitó ayuda de su mujer y varias pruebas.
Una mañana de lunes, a primera hora, Gregorio se presentó en la puerta del banco metamorfoseado en un Tyrannosaurus. Kafka se hubiera sentido orgulloso de la utilidad práctica que encontró Gregorio a la deshumanización del mundo postmoderno: «¡No tengo cita previa, los dinosaurios no sabemos de Internet! ¡Devuélvame mi dinero!», gritaba a los cuatro vientos Gregorio. El joven director se puso rojo como una cereza de julio pero intuyó de inmediato la identidad del tiranosaurio. Entre el alborozo y las carcajadas de los clientes que ya esperaban a esas horas, el director lo hizo entrar como si de un vip se tratara y en cinco minutos, y sin "cita previa", consiguió que le ingresaran en la cuenta sus doce mil euros.