El undécimo mandamiento


Autor: Thai Lion

Fecha publicación: 04/03/2023

Certamen: II Certamen

Resumen

Alejandra Nuzzarello es una prestigiosa académica de Bellas Artes que solicita una vacante como directora en la Galeria degli Uffizi pero es rechazada por su condición de mujer.
Este duro revés le lleva a recordar momentos de su infancia en Florencia, donde su abuela tuvo una gran influencia en su carácter y visión del mundo.
Movida por estos recuerdos, decide regresar. Allí descubrirá el gran secreto que esconde su abuela y que está estrechamente relacionado con quién es realmente.

Relato

EL UNDÉCIMO MANDAMIENTO

Florence, 17 de Noviembre de 2021
Estimada Señorita Nuzzarello:
Hemos leído su solicitud de empleo para el puesto de dirección en la Galeria degli Uffizi. Lamentablemente debo informarle de que la vacante de empleo que usted solicitó ya ha sido cubierta. Después de revisar su información profesional, se tomó la decisión final de no continuar con el proceso de contratación al considerar que este puesto debía ser preferiblemente para un hombre, teniendo en cuenta la complejidad del mismo.
Atentamente,
Matteo Renzi.

Me quedé noqueada. Me acababan de denegar el trabajo de mis sueños por ser mujer, en pleno siglo XXI. No daba crédito.
Dejé la carta encima de la mesa y me senté donde pude, me estaba ahogando. Jamás en mi vida me habría planteado siquiera ser desestimada por algo tan absurdo.
Dos carreras, un máster y un doctorado en Bellas Artes con matrícula Cum Laude parecían no ser suficientes; los tres años que trabajé como directora en el Museo Nacional d’Art Catalunya, tampoco. Exhausta, recordé que me llevó a dedicarle tantos años de mi vida al arte, a convertirlo en mi máxima prioridad, a dejar de lado el mundo.
Todo comenzó en la infancia, en aquellos largos paseos con mi abuela por el viale dei Colli, una calle que atravesaba la colina de San Miniato, y que terminaban siempre en el mirador de la Piazzale Michelangelo.
A ella le encantaba ese mirador porque tenías una panorámica que abarcaba todo el casco histórico de la ciudad. Recuerdo su pasión por Miguel Ángel y como se quedaba embobada durante horas mirando la copia en bronce de su famoso David, situada en el centro de la plaza.
Un día, observándolo, le pregunté que veía en él y ella, sin dejar de mirarlo, me contestó: querida, hacer con soltura lo que es difícil para los demás, he ahí el talento; hacer lo que es imposible al talento, he ahí la genialidad.
¿Sabes?, los canteros lo llamaban “El gigante”. Medía más de 5 metros de alto y varios escultores habían intentado sacar algo de él sin éxito. Pero Miguel Ángel creía que en cada bloque en el que trabajaba existía un alma, una obra latente que él trataba de recuperar, la forma que ya está ahí y tan sólo hay que liberar.

- Pero abuela, ¿qué tiene de especial?
- Su significado querida. Es el símbolo perfecto de Florencia –sentenció.
- ¿Por qué?
- Porque captura el valor inquebrantable, la fuerza inesperada y la perseverancia histórica querida.
«Valor inquebrantable, fuerza inesperada y perseverancia», me repetí una y otra vez.
Aquellas palabras me impulsaron a ir a verla. Encendí el portátil y busqué vuelos a Florencia para ese mismo día; encontré uno que salía del aeropuerto de Barcelona a las siete menos veinticinco de la tarde. Miré el reloj, con tantas emociones aflorándome había perdido por completo la noción del tiempo; eran las cuatro y media, me daba tiempo. Sólo me quedaba avisarla.
Antes de descolgar el teléfono me sobrevino otro recuerdo de ella. Volví a transportarme a Florencia, a aquel piso donde veraneábamos año tras año, al olor de la dama de noche anunciando que el día se acercaba a su fin. A ella, tan elegante y sencilla, como si eligiese de sí misma lo más noble, alejando lo trivial y lo vulgar.
Recordé que su carácter me imponía, quizás porque siempre se dirigió a mí como adulta a pesar de mi corta edad. Sus palabras eran de gran dureza y firmeza aunque cargadas de verdad. No obstante, las escogía con delicadeza, como una caricia tras la bofetada.
Sentía una profunda aversión hacia la religión a la que culpaba de todo. Siempre que salía este tema decía en tono sarcástico: “Desconozco si Dios existe, pero sería mejor para su reputación si no existiera”.
No tuvo la vida fácil pero se reinventó y logró salir adelante, por eso la necesitaba ahora, sólo ella podría darme forma, liberarme.
Descolgué y marqué su número. Tras varios tonos una voz contestó con tono protocolario:
-¿Dígame?
-Abuela…Soy Alejandra –respondí vacilante.
-¡Pero bueno querida! ¿Cómo estás?
-No muy bien abuela, por eso te llamo…Sé que es un poco precipitado pero he cogido un vuelo a Florencia en menos de dos horas y…Me preguntaba si podría verte, bueno, en realidad necesito verte.
-¡Claro querida! ¿Recuerdas la dirección?
-Sí abuela, cómo olvidarla.
-¡Estupendo! ¡Aquí te espero! –colgó sin darme pie a contestar.
Miré nuevamente el reloj, las seis menos diez, tenía que salir de casa a toda prisa si no quería llegar con el tiempo justo.
Llegué a su casa a las nueve y media. Vivía en un cuarto piso sin ascensor. Más de un centenar de tortuosos escalones de madera carcomida por el paso del tiempo. Conforme subía los escalones podía sentir el sofocante calor que emanaba de las paredes. Aquel edificio, a pesar de no tener demasiada antigüedad, daba apariencia de viejo y sórdido y los bloques eran minúsculos, sombríos y lúgubres aunque les iluminase el sol.
Llamé tres veces al timbre, era nuestra contraseña familiar. Tardó unos instantes en abrirme. Iba tapada con una bata de cachemir color granate almandino que le hacía juego con el color ceniza de su cabello. Estaba deslumbrante.
-¡Querida, qué alegría verte! -dijo con los ojos vidriosos mientras me abrazaba-. ¡Pasa, no te quedes en la puerta!, te he preparado tu cena favorita, ¡estarás desmayada del hambre! -se giró y me guió hacia el comedor.
Estuvimos cenando en silencio. Mi abuela lo valoraba mucho y si alguna vez se me ocurría romperlo, siempre me interrumpía para citarme una frase del filósofo Henry David Thoreau: “El silencio es el refugio universal, la secuela de todos los discursos aburridos y todos los actos idiotas, es un bálsamo para cada uno de nuestros disgustos”.
Terminamos de cenar y después de recogerlo todo sacó dos vasos y los llenó con bourbon “Four Roses”.
- Y dime querida, ¿qué te ha traído hasta aquí?
- Me han denegado el trabajo de mi vida por ser mujer y ahora me siento perdida.
- ¿Dónde te han dado la patada? -preguntó mientras fijaba sus ojos en los míos.
- En la Galeria degli Uffizi.
Aquella respuesta la golpeó. Dejó el vaso apoyado en la ventana y se dirigió lentamente hacia la encimera para coger un cigarro de la pitillera. Lo posó con delicadeza sobre sus labios para evitar que perdieran su color carmesí, después lo encendió sin tragarse la primera calada; el humo inundó el comedor con una neblina inerte. Se mantuvo de pie unos minutos con el brazo izquierdo sujetándole el derecho, como si el cigarro le pesara, ensimismada.
- Querida -la voz se le empezó a quebrar-, que la Galeria degli Uffizi te haya denegado la solicitud no es casualidad. Te la han denegado porque saben que eres mi nieta.
- ¿Cómo?
- Ya tienes la edad suficiente para que te cuente una historia, pero debes escuchar con atención, sin interrumpirme, ¿lo has entendido?
- ¡Claro!-dije mientras le pegaba un trago al bourbon. Su sabor suave y levemente seco me calmó los nervios.
- Tú sólo tienes recuerdo de Florencia querida, pero no siempre he vivido aquí. Durante la posguerra se avecinaban años de pobreza y miseria en España. La llegada del franquismo trajo consigo la represión social y la precariedad laboral. Toda esta situación era mucho peor para las mujeres, la iglesia se había encargado de someternos a una brutal represión de género, sobre todo a las que luchábamos por la igualdad y la libertad. Se nos aplicaron políticas nazis como las llamadas “las tres K” -su voz no aguantó la presión, tuvo que parar para beber un trago-.
- ¿Las tres K?
- Kinder, Küche, Kirche –dijo rabiosa-, niños, cocina e iglesia. Como comprenderás no podía quedarme allí. Mi intención era marcharme a Estados Unidos, pero las cosas no salieron como esperaba y terminé en Florencia, la Italia fascista de Mussolini. Allí me casé con tu abuelo, un buen hombre por el que sólo sentía un profundo afecto y que me sirvió de coartada ante los ojos del régimen.
- ¿El abuelo lo sabía?
- Sí querida. De hecho, él me ayudó a llevar a cabo mi particular lucha.
- ¿Qué lucha?
- “El undécimo mandamiento”. Un grupo de pintura que tu abuelo y yo creamos donde nos reuníamos mujeres intelectuales que buscábamos transgredir las normas establecidas, los preceptos culturales. Ser por primera vez las heroínas, no las víctimas.
- Y es aquí donde entra la galería de los Uffizi.
- Exacto. Reinterpretamos innumerables obras de temática religiosa en la que empoderábamos la figura femenina y después tu abuelo las vendía a las diferentes galerías de arte italianas. Pero los Uffizi nos descubrieron y nos denunciaron.
Tu abuelo tuvo que hacer auténticas virguerías para evitarme la cárcel y nuestro apellido fue vetado en el mundo del arte. Por ello, sé que soy la culpable de que te hayan denegado este trabajo –me cogió la mano, temblaba-. Lo siento mucho.
- Abuela no te lamentes, tú me has enseñado que un alma grande está por encima de la injusticia y del dolor.
Por fin lo entendí todo. La pasión por el arte, el carácter luchador, el inconformismo, el valor inquebrantable, la fuerza inesperada, la perseverancia. Todo lo que ella fue, lo era yo ahora. Y no me podía sentir más orgullosa.